viernes, 26 de noviembre de 2021

La heterogeneidad del "yo"

 



El ser humano no cuenta con una formidable capacidad de pensar, y hasta el más espiritual y erudito observa al mundo y a sí mismo siempre por medio del lente de fórmulas muy inocentes, sucintas y falaces —¡fundamentalmente a sí mismo!—. Pues, a lo que parece, es una necesidad innata y totalmente fatal en todos los seres humanos representarse cada uno su yo como una unidad. Y pese a que esta ficción padezca constantemente alguna contrariedad grave y alguna sacudida, vuelve siempre a curar y surgir fresca. 

Y si en alguna ocasión en las almas humanas organizadas delicadamente y de especiales condiciones de talento surge el presentimiento de su diversidad, si ellas, como todos los genios, destrozan el mito de la unidad de la persona y se consideran como polipartitas, como un haz de muchos yos, entonces, con solamente expresar esto, las encierra inmediatamente la mayoría, llama en auxilio a la ciencia, confirma esquizofrenia y protege al mundo de que de la boca de estos desdichados tenga que escuchar un eco de la verdad.

Cuando, por lo tanto, un ser humano se adelanta a extender a una duplicidad la unidad imaginada del yo, resulta ya casi un genio, al menos en todo caso una excepción rara e interesante. No obstante, en verdad ningún yo, ni siquiera el más inocente, es una unidad, sino un mundo muy heterogéneo, un pequeño cielo de estrellas, un desconcierto de formas, de matices y de estados, de herencias y de probabilidades. Que cada uno aisladamente se esfuerce por tomar a este caos por una unidad y hable de su yo como si fuera un fenómeno simple, sólidamente conformado y limitado claramente: esta ilusión natural a todo hombre (incluso al más elevado) parece ser una necesidad, una demanda de la vida, lo mismo que el respirar y el comer.

La ilusión reposa en una simple traslación. Como cuerpo, cada ser humano es uno; como alma, nunca. 


El lobo estepario
Hermann Hesse

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