viernes, 26 de noviembre de 2021

Aproximación al ser humano: el "hombre" como un convencionalismo burgués y la falacia de la vuelta a la Naturaleza

 



El hombre [el ser humano] no es un producto sólido y permanente (éste fue, pese a los presagios opuestos de sus sabios, el ideal de la antigüedad); es más bien un ensayo y una transición; no es otra cosa que el puente angosto y peligroso entre la naturaleza y el espíritu. Hacia el espíritu, hacia Dios, lo impulsa la determinación más profunda; hacia la naturaleza, en retorno a la madre, lo atrae el más profundo afán: entre ambos poderes vacila su vida temblando de pavor. Lo que los hombres, la mayor parte de las veces, entienden bajo el concepto "hombre", es siempre no más que un transitorio convencionalismo burgués.

Ciertos instintos muy brusco son repudiados y prohibidos por este convencionalismo; se pide un poco de conciencia, de urbanidad y desbestialización; un pequeño fragmento de espíritu no solamente se permite, sino que es necesario. El "hombre" de esta convención es, como todo ideal burgués, un compromiso, un modesto ensayo de inocente travesura para frustrar a la perversa madre arcaica Naturaleza como al exasperante padre primitivo Espíritu en sus impetuosas exigencias, y lograr vivir en un término medio entre ellos. Por eso acepta el burgués eso que llama "personalidad"; sin embargo, al mismo tiempo entrega la personalidad a aquel moloc "Estado" y enzarza constantemente al uno contra la otra. Por eso el burgués quema hoy por hereje o cuelga por criminal a quien pasado mañana ha de levantar estatuas.

Que el "hombre" no es una invención, sino una demanda del espíritu, una eventualidad muy remota, tan anhelada como temible, y que la senda que a él lleva únicamente se va transitando a pequeños segmentos y bajo pavorosos martirios y éxtasis, justamente por aquellas extrañas individualidades a las que hoy se prepara el cadalso y mañana el monumento; esta sospecha vive asimismo en el lobo estepario. Sin embargo, lo que él dentro de sí llama "hombre", en oposición a su "lobo", no es, en gran parte, otra cosa más que justamente aquel "hombre" mediocre del convencionalismo burgués. La senda que conduce al auténtico hombre, la senda a los inmortales, no deja Harry de adivinarlo estupendamente y lo transita de igual manera aquí y allá con timidez muy poco a poco, pagando esto con graves martirios, con un retiro lastimoso. No obstante, asegurar y anhelar a aquella suprema exigencia, a aquella encarnación inmaculada y buscada por el espíritu; transitar por la única senda angosta hacia la inmortalidad, eso lo teme él en lo más profundo de su ser. Se da perfecta cuenta: ello conduce a martirios incluso mayores, a la proscripción, a la renuncia de todo, tal vez al patíbulo; y pese que al final de esta senda sonríe seductora la inmortalidad, no está dispuesto a padecer todos estos tormentos, a morir todas estas muertes. Incluso teniendo más conciencia del propósito de la encarnación que los burgueses, cierra, empero, los ojos y no quiere saber que el apego desesperado al yo, el desesperado no querer morir, es la senda más segura para la muerte eterna, entretanto que saber morir, desgarrar el velo del arcano, ir buscando eternamente mutaciones al yo, lleva a la inmortalidad.

Nuestro lobo estepario ha descubierto dentro de su ser, al menos, la dualidad fáustica; ha podido darse cuenta de que a la unidad de su cuerpo no le es consubstancial una unidad espiritual, sino que, en el mejor de los casos, únicamente se encuentra en camino, con un prolongado peregrinaje por delante, hacia el ideal de esta armonía. Quisiera derrotar dentro de sí al lobo y vivir completamente como hombre, o, al contrario, abdicar al hombre y vivir, al menos, como lobo, una vida equilibrada, sin crepitaciones. Posiblemente no ha contemplado jamás con interés a un lobo real; hubiera visto entonces tal vez que tampoco los animales tienen un alma unitaria, que igualmente ellos, detrás de la hermosa y sobria forma del cuerpo, viven una variedad de aspiraciones y de estados; que asimismo el lobo tiene precipicios en su interior, que también el lobo padece. No, con la "¡Vuelta a la naturaleza!", va perpetuamente el hombre por un engañoso camino, colmado de penurias y sin esperanzas.

Del mismo modo, el lobo tiene dos y más de dos almas en su pecho, y el que anhela ser un lobo comete el mismo olvido que el hombre de aquella canción: "¡Feliz quien volviera a ser niño!" El hombre simpático, pero sensible, que entona la canción del niño venturoso, quisiera volver también a la naturaleza, a la ingenuidad, a los principios, y ha olvidado totalmente que los niños no son felices completamente, que son capaces de padecer bastantes apuros, muchas desarmonías y todos los tormentos.

Hacia atrás no lleva, definitivamente, a ningún sendero, ni hacia el lobo ni hacia el niño. En el principio de las cosas no hay sencillez ni ingenuidad; todo lo creado, hasta lo que parece más simple, es ya culpable, es ya complicado, ha sido lanzado al inmundo torbellino del desarrollo y no puede ya, no puede jamás nadar contra corriente. El sendero hacia la ingenuidad, hacia lo no creado, hacia Dios, no va hacia atrás, sino hacia adelante; no hacia el lobo o el niño, sino cada vez más hacia la culpa, cada vez más profundamente dentro de la encarnación humana. Tampoco con el suicidio, pobre lobo estepario, se te saca de la angustia; debes de transitar el camino más prolongado, más afanoso y más difícil de la humana encarnación; habrás de multiplicar aún más con frecuencia tu dualidad; tendrás que dificultar todavía más tu complicación. En lugar de condensar tu mundo, de simplificar tu alma, deberás acoger cada vez más mundo, deberás acoger al final a todo el mundo en tu alma deplorablemente ensanchada, para llegar acaso algún día al fin, al descanso. Nacimiento simboliza desunión del todo, simboliza restricción, alejamiento de Dios, dolorosa reencarnación. Vuelta al todo, anulación de la dolorosa individualidad, llegar a ser Dios quiere decir: haber ensanchado tanto el alma que pueda volver a comprender nuevamente el todo. 
Un hombre capaz de entender a Buda, un hombre que tiene conocimiento de los cielos y precipicios de la naturaleza humana, no debería vivir en un mundo donde impera el common sense, la democracia y la educación burguesa. Únicamente por temor sigue habitando en él, y cuando sus dimensiones lo oprimen, cuando la estrecha mazmorra del burgués le resulta muy angosta, entonces se lo apunta a la cuenta del "lobo" y no quiere enterarse de que en algunas ocasiones el lobo es su parte mejor.
 
A todo lo feroz dentro de sí le da el nombre de lobo y lo considera malvado, peligroso, terror de los burgueses; sin embargo él, que cree ser un artista y que tiene sentidos delicados, no es capaz de ver que fuera del lobo, detrás del lobo, habitan muchas cosas en su interior; que no es lobo todo lo que muerde; que allí moran también el zorro, el dragón, el tigre, el mono y el ave de paraíso. Y que todo este mundo, este completo edén de millares de seres, horripilantes y bellos, grandes y pequeños, fuertes y delicados, es ahogado y apresado por el mito del lobo, lo mismo que el verdadero hombre que hay en él es ahogado y preso por la apariencia de hombre, por el burgués.

Imagínese un hurto con una centena de especies de árboles, con un millar de géneros de flores, con cien diferentes frutas e igual número de diversas hierbas. Si el encargado de esta huerta no conoce otra diferencia botánica que lo "comestible" y la "mala hierba", entonces no sabrá qué hacer con nueve décimas partes de su jardín, extirpará las flores más bellas, cortará los árboles más nobles, o los aborrecerá y mirará mal. De esta manera actúa el lobo con las mil flores de su alma. Lo que no cabe en las casillas de "hombre" o de "lobo", ni lo mira siquiera. ¡Y qué de cosas no clasifica como "hombre"! Todo lo pusilánime, todo lo simio, todo lo insensato y diminuto, como no sea muy directamente lobo, lo cuenta al lado del "hombre", así como atribuye al lobo todo lo robusto y generoso solamente porque incluso no lograra dominarlo.   
 
El lobo estepario
Hermann Hesse 


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