Estos individuos llevan en su interior dos almas, dos naturalezas; en ellos coexiste lo divino y lo demoniaco, la sangre materna y la paterna, la capacidad de felicidad y la de sufrimiento, tan hostiles y confusos lo uno junto y dentro de lo otro.Y estas personas, cuya existencia es muy turbada, viven a veces en sus raros momentos de felicidad algo tan fuerte y tan indescriptiblemente maravilloso, la espuma de la felicidad efímera salta constantemente tan alta y brillante por encima del mar del sufrimiento, que este breve relámpago de dicha alcanza y encanta radiante también a otras personas.Todos estos seres, llámense como se quieran sus hechos y obras, no tienen en realidad, por lo común, una vida auténtica; es decir, su vida no es ninguna esencia, no tiene forma, no son héroes o artistas o pensadores a la manera como otros son jueces, médicos, zapateros o maestros, sino que su existencia es un movimiento y un flujo y reflujo perpetuos y dolorosos; está desdichada y lastimosamente desgarrada. Es pavoroso y no tiene sentido, si no se está preparado para ver dicho sentido justamente en aquellos escasos sucesos, hechos, ideas y obras que radian por encima del caos de una vida así. Entre los hombres de esta variedad ha surgido el pensamiento peligroso y horrendo de que acaso toda la vida humana sólo sea una espantosa equivocación, un aborto violento y desdichado de la madre universal, un ensayo bestial y pavorosamente desgraciado de la naturaleza. Sin embargo, también entre ellos ha surgido la otra idea de que el hombre acaso no sea sólo un animal medio razonable, sino un hijo de los dioses destinado a la eternidad.El lobo esteparioHermann Hesse
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