lunes, 3 de noviembre de 2025

Capítulo 3. Oscuridad

 



No recuerdo mucho mi infancia. Sólo quedan imágenes dispersas y emociones persistentes que resisten el paso del tiempo. A menudo me preguntaba cómo es que los malos momentos logran quedar tan profundamente grabados, mientras que “los buenos” son apenas una leve fragancia, una estela de humo que, con el tiempo, se desvanece sin dejar rastro. He llegado a la conclusión de que los malos momentos marcan nuestra alma con tal violencia, que 'los buenos', ante el peso de esta conmoción, se ven desterrados: relegados al olvido, son incapaces de borrar el dolor ya arraigado. Ese dolor ha conquistado mi alma… la parte vital de mi existencia. 

El dolor camina con bravura en mis senderos, y mis senderos ya no conducen a ningún lado. Sus pisadas firmes han destruido mi hogar, y ahora vago en mi propia tierra, donde ya nada me es familiar. 

Mi alma, hambrienta, mutilada y enferma, contempla desde el acantilado un final que se aproxima. Siempre supe que, algún día, al ponerse el sol, bajo esta eterna oscuridad, finalmente, sin dudarlo, saltaría hacia el vacío. 

Esta oscuridad es todo lo que veo. Y este ruido, este incesante eco de la conmoción del alma, es todo lo que escucho. Aquí, no existe el silencio. La oscuridad en la que habito no abriga, no calma. Esta oscuridad sólo me aterra, clava ferozmente sus garras, desgarrando huesos, devorando almas. 



BMA


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