Y pese a que el suicidio fuese insensato, pusilánime e incorrecto, aunque fuese una salida vulgar y deshonrosa para huir de esta vorágine de los tormentos, cualquier salida, hasta la más degradante, era deseable; aquí no había ya comedia de nobleza y heroísmo, aquí estaba yo colocado ante la sencilla elección entre un pequeño dolor pasajero y un sufrimiento infinito que quema lo indecible.
¿Dónde habita en esta ciudad, dónde habita en este mundo la persona cuya muerte me representara una pérdida? ¿Y dónde habita en este mundo la persona cuya muerte pudiera representar algo?
Decepcionado, continué mi camino, no sabía a donde ir, para mí no había propósitos, ni pretensiones, ni deberes. La vida tenía un sabor horrendamente acerbo; yo sentía como el asco creciente desde hace tiempo alcanzaba su máxima altura, cómo la vida me rechazaba y me lanzaba hacia afuera.
¿Cómo había venido esto tan lenta y arteramente sobre mí, esta paralización, este odio contra la propia persona y contra los demás, esta cerrazón de todos los sentimientos, este malvado y profundo hastío, este infierno miserable de la falta de corazón y de la desesperanza?
El lobo esteparioHermann Hesse
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