No obstante, uno de los fragmentos de Harry estaba actuando una comedia otra vez, llamaba al profesor un hombre cordial, suspiraba por un poco de aroma a humanidad, de sociedad y de conversación; se acordó de la hermosa señora del profesor, encontró muy en el fondo muy agradable la idea de pasar una velada junto a amables anfitriones y me ayudó a pegarme un tafetán; también me ayudó a vestirme y a ponerme una corbata a propósito, y con delicadeza me desvió de seguir mi verdadero deseo y quedarme en casa.
Al mismo tiempo estaba pensando: lo mismo que yo ahora me visto y salgo a la calle, voy a visitar al profesor y cambio con él galanteos, todo ello realmente sin querer, así hace, vive y actúa un día y otro, a todas horas, la mayor parte de los hombres; a la fuerza y, en realidad, sin quererlo, hacen visitas, mantienen una plática, durante varias horas permanecen sentados en sus negocios y oficinas, todo a la fuerza, automáticamente, sin desearlo; todo podría ser realizado por máquinas o dejar de realizarse.
Y esa mecánica incesante es lo que les limita, igual que a mí, a practicar la crítica sobre la propia vida, admitir y sentir su estupidez y ligereza, su futilidad terriblemente ridícula, su tristeza y su irremisible soberbia. ¡Oh, y tiene razón, infinita razón, los hombres en vivir de esta manera, en jugar sus jueguecitos, en esforzarse por esas sus cosas importantes, en lugar de defenderse contra la entristecedora mecánica y observar exasperados en el vacío, cómo hago yo, hombre descarriado!
Cuando en estas páginas menosprecio en algunas ocasiones y hasta satirizo a los hombres, ¡no crea por eso nadie que les imputo la culpa, que los inculpo, que quisiera hacer responsables a otros de mi propia miseria! ¡Pero yo, que ya he llegado tan allá que estoy al borde de la vida, donde se cae en la oscuridad sin fondo, cometo una injusticia y miento si intento engañarme a mí mismo y a los demás, de que esta mecánica todavía sigue funcionando para mí, como si yo todavía perteneciera a aquel maravilloso mundo infantil del eterno jugueteo!
El lobo esteparioHermann Hesse