Ya no podía tolerar esta vida sumisa, de fingimiento y corrección. Y ya que por lo visto tampoco podía tolerar la soledad, ya que la compañía de mí mismo se me había vuelto tan inexplicablemente odiada y me producía tal asco, ya que el vacío de mi infierno me asfixiaba dando vueltas, ¿qué salida podía haber aún? No había ninguna.
Jamás como en esta hora me parecía que me había hecho tanto daño el mero tener que vivir.
Cada vez más cerca, cada vez más distante empecé a ver el fantasma que tanto miedo me producía.
Cada vez con mayor claridad se presentaba ante mí este cuadro, cada vez más distintamente; con violentos latidos, sentía yo la angustia de todas las angustias: el miedo a la muerte. Sí; tenía un horrible miedo a la muerte. Pese a que no veía otra salida, aun cuando en torno se amontonaban el asco, el dolor y la desesperación, a pesar de que ya nada estaba en condiciones de seducirme, ni de proporcionarme una alegría o una esperanza, me horrorizaba, empero, de una manera inexplicable la ejecución, el último momento, el corte tajante y frío en la propia carne.
El lobo esteparioHermann Hesse
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